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Miedos que alimentamos

Miedos que alimentamos

Algunos miedos que alimentamos los tenemos al nacer, otros los adquirimos de los miembros de la familia o los desarrollamos a partir de la experiencia personal. Con fe, oración y conocimiento consciente y también con la ayuda de un profesional de las terapias mentales, en el caso que sea nervioso, debemos ser capaces de disolver muchos de nuestros miedos. Naturalmente el miedo emocional a la oscuridad es más fácil de superar que, por ejemplo, el miedo al rechazo que tiene su origen en trauma de la infancia. Si no nos esforzamos en superarlos, terminarán controlándonos, y, en muchos casos, destruyendo nuestra calidad de vida. A menudo hablamos de nuestros temores como si estuviéramos sujetos a ellos o poseídos por ellos, como si llevaran las riendas y nosotros no tuviéramos la capacidad para encararlos e impedirles que fueran los motores del patio de nuestro psique.

Los miedos generan caos. Aunque no pueda usted aceptar que usted mismo alimenta sus miedos, está fuera de toda duda que por lo menos se sirve de alguno de ellos cuando cree necesitarlo.

Superar los miedos

Para superarlos hay que saber identificar los miedos que usted alimenta (de lo que podría desprenderse), pero que no quiere abandonar debido a sus posibles consecuencias.

Para usted, esos miedos representan herramientas de poder en la sociedad. Dejarlos a un lado cambiaría todas sus relaciones laborales y personales, incluido su relación con Dios y con su alma.

Para ello pregúntese:

  • ¿porqué alimento esos miedos?
  • ¿como los utilizo para manipular circunstancias y a los demás?
  • ¿le da miedo dar una impresión equivocada, no identificado con usted mismo?
  • ¿teme que la gente no reaccionase de la misma manera si fuera usted fuerte?

Una práctica es escoger un miedo y observar qué influencia tiene y ejerce en su vida cotidiana. Su objetivo es tomar conciencia y así descubrir que se sirve de sus miedos para controlar y ejercer el poder y o la continuación, hay que romper conscientemente pautas, poco a poco, hasta conseguir liberarse de ellos.

El viaje al conocimiento de uno mismo es necesario, porque el yo desconocido es inestable, deambula sin rumbo fijo, sujetos a los caprichos de otras personas y/o la fuerza siniestra, la influencia de los demás, la sombra, pero al final carecemos de un verdadero sentido de nuestras convicciones, nuestro honor y nuestra integridad, y de unos cimientos inamovibles, en nuestra teología, encontraremos que este mundo es un lugar aterrador , inseguro, jamás confiaremos en nosotros mismos para cumplir con nuestra palabra cuando nos sintamos intimidados, tenderemos a negociar nuestro honor y/o traicionarnos a cambio de seguridad terrenal.

Mantendremos a otros y/o a nosotros mismos encerrados en nuestra mazmorra.

A menudo acumulamos feroces resentimientos y a consecuencia de nuestras debilidades, porque contábamos con otras personas para que nos protegieran y fueran fuertes y valientes para nosotros. O terminaron siendo víctimas porque creíamos que nuestra bondad nos debía protección en el mundo, convencidos de que a la gente buena no puede sucederle cosas malas.

El resultado final de todo dolor y sufrimiento aparentemente injusto es una herida y un rencor animados por el aire de inseguridad moral. Para curarnos, hemos de perdonar a las personas involucradas. Hasta que estemos dispuestos y como capaces de echar pelillos a la mar y perdonar del todo, llevaremos en el alma el peso de esos prisioneros.

Jung lo denominaba sombra, es decir, las partes oscuras y desconocidas de sí mismo que funcionan alimentadas por el miedo y las intenciones egoístas.

En la aceptación está el don, hay que buscar siempre la aceptación, porque el don y la gracia te ayudará a salir de los momentos de mayor oscuridad.

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